miércoles, 24 de junio de 2009

Maruja, niña del Barrio Chino


Estos días estoy leyendo Mujer en guerra, de Maruja Torres.

Maruja podría ser, por edad, mi madre, pero hay muchas coincidencias entre sus orígenes y los míos. Su biografía me conmueve y, al mismo tiempo, me duele.

Maruja nació en Barcelona, en lo que hoy vuelve a denominarse el Raval y fue durante muchos años "el barrio chino". Es la zona que bordea la Rambla, que limita con el puerto, la ciudad antigua donde muchas de sus calles tienen el nombre de los gremios de artesanos que se agrupaban para trabajar y vivir en la Edad Media. También es la zona canalla por tradición, supongo que por su vecindad con el puerto. Decir Barrio Chino en Barcelona es decir el barrio de las putas.

En ese ambiente nació Maruja, en plena posguerra, de padres murcianos. Barcelona fue durante generaciones destino para los murcianos emigrantes. Mi propia madre llegó a Barcelona desde Murcia cuando tenía 15 años. Nunca más pisó su tierra de origen y tiene claro que en Barcelona morirá, aunque nunca perdió su acento ni pasa de chapurrear cuatro palabras en catalán. Y mi padre era gaditano. Parecía un marroquí de lo moreno que era y nunca le dejó su acento de Jerez. Pero cuando en Premià de Dalt, donde pasé parte de mi niñez, se bailaban sardanas, las bailaba tan bien como pudiera hacerlo Jordi Pujol. Así que, como la Torres, y a mucha honra, soy una charnega.

Me conmueve de Maruja Torres la pobreza en la que creció, teniendo en cuenta que su madre la crió sola. Recuerdo haber leído que la escritora y periodista contaba cómo madre e hija tenían que lavarse en el fregadero de la cocina, por trozos y con agua fría. Que aprendió a leer en casa y que su entretenimiento era el de muchísimos que querían evadirse de su realidad: Las sesiones dobles de los cines.

Me conmueve la dureza de carácter de su madre, que seguramente no lo tuvo nunca fácil, y la dependencia que tenía, en todos los sentidos, de su hija. Quien ha tenido una vida difícil suele ser duro por fuera, muchas veces, porque esa dureza es lo que le ha hecho no sucumbir. Por dentro llora el niño que debiera haber sido, que muchas veces sigue teniendo miedo, pero por fuera la coraza es una mezcla de ironía y rudeza por entre la cuál se escapa la ternura a ramalazos.

Pero Maruja siempre supo que era especial. Tenía muchos factores en su contra, pero cogió al vuelo las oportunidades que se le presentaron, de la mano de mujeres como Carmen Kurtz o Elisenda Nadal, que la introdujeron en el periodismo porque vieron lo que era capaz de dar aquella chica. Y se lo curró.
Escapó al destino que sus circunstancias le dictaban: Trabajar haciendo limpieza, como operaria de fábrica o, a lo sumo, de modista; casarse con un chico que con un poco de suerte no le diera mala vida y se acabó.

Su vida me conmueve, pero también me duele. Me parece una mujer de las que piensan que la mejor defensa es un buen ataque, a la que gusta escandalizar para mantener a los demás a una distancia que no le resulte amenazante, alguien que renunció a una parte de su vida como mujer porque ello le habría cortado las alas y que ha sido más afortunada en amigos que en amores, probablemente.

Pero es una mujer viva. Una mujer que ha vivido defendiendo su espacio en el mundo y su lugar en el periodismo con uñas y dientes. La admiro, a pesar de que no sé si la envidio.

Sí, envidio su valentía para salir adelante sorteando por un lado su origen descastado, por otro el periodismo censurado de sus comienzos y también los ataques que ha recibido por ser honesta en sus convicciones y su forma de expresarlas. Podría haber hablado más alto, pero no más claro, contando con que no llevase en el cuerpo unas copas de más.

Pero, a pesar de ver en ella a la mujer animosa que también es, veo en ella, a veces, a la niña que creció con la madre castradora de sueños, que es la peor de las castraciones. A la mujer que defendió todos los "ismos" que le tocaron vivir en una época convulsa de nuestro país y que tuvo que elegir porque, en esta vida, y siendo mujer, no se puede tener todo.

2 comentarios:

  1. Maritornes, creo que hay muchas mujeres que han sido valientes a la fuerza, obligadas por situaciones y vidas extremas. Se han revestido de una dura coraza para sobrevivir, cuando seguramente, han llorado mucho interiormente. Tienen todo mi cariño y comprensión. Pienso, que una vez pasados los “años críticos”, corren el riesgo de encontrar dificultades para encontrar el camino de vuelta. Deben ser las inevitables secuelas que les impide bajar la guardia. ¡Es triste! No obstante, muchas personas remontan admirablemente

    Un fuerte abrazo

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  2. Querida Bílbilis:

    ¿Recuerdas cuando "en casa" de Julien hablábamos de los sueños, la fantasía y todas esas cosas?

    Quizá la clave para poder remontar es no dejar de soñar. Pero no me refiero a soñar sin fe, sino con esperanza, poniéndose una "las gafas de verlo todo posible" aunque sea sólo un ratito cada día.
    Se dice que somos lo que pensamos. Si piensas que eres un adefesio dejas de cuidarte y estás más fea, si piensas que nadie te quiere vas a la defensiva y apartas a la gente de tu lado, si piensas que no vales nada terminas siendo anodina.
    Yo, como mucha gente, o más, he tenido complejos toda mi vida. Pero también ganas de vivir, a pesar de las épocas de desaliento, que no han sido pocas. Y no he dejado de soñar. Eso nunca.
    Y ahora todo ha cambiado en mi vida. No te digo que sea fácil. También hay dolor. Pero eso forma parte del juego.

    Pero, Bílbilis, estoy feliz.

    Y tengo planes y esperanzas. Estoy viva.

    Un abrazo fuerte.

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