martes, 31 de marzo de 2009

Las malas compañías


Muchacho con pipa (1905-1906). Pablo Picasso













Esto* no me conviene.
Me hace daño. Me siento mal.

Cada mañana me digo: Hoy no va a poder conmigo. Lo voy a poner en su sitio. Conmigo no va a poder. De hoy no pasa.

Pero luego, ya en su presencia, me siento desarmada.
¿Por qué lo consiento? ¿Por qué me dejo llevar a su terreno?

Y sé que la razón, la poco razonable razón, es que, a pesar del daño que me hace, siento que lo necesito. De eso se vale. Me he acostumbrado a su presencia, forma parte de la única vida que conozco.

Deseo dejarlo atrás, pero la angustia de pensar en su pérdida me puede. ¿Podría superarlo sin morir de la ansiedad?.

No. Esto* no me conviene.
Me hace daño. Me siento mal.


*Instrucciones de uso:

Cambiar la palabra “esto” por aquello que represente un problema para uno mismo.
Puede ser cualquier cosa. La más normal, la más inofensiva.
El café, las aspirinas, Internet, la ropa de marca, el sexo, los juegos de azar, el pitillito, el azúcar, un pariente, un sentimiento, un amigo, un pensamiento, un amor, una copa…
Un hábito cualquiera.
Cosas que no son malas en sí mismas. Depende del uso o abuso que hagamos de ellas.
O ellas de nosotros.


sábado, 28 de marzo de 2009

Pero no....


Caspar David Friedrich, Mönch am Meer (1808-1810)




Desorden,
dispersión,
depresión,
depreciación,
displacer,
defensa,
duda,
dolor ...
Pero no desesperanza.



“ Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados;
perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos.”
Pablo de Tarso




No me preguntéis por qué traigo esta canción y no otra. Por más que busco y busco, vuelvo y vuelvo a ella hoy.

jueves, 26 de marzo de 2009

La pasión según maritornes

Comenzaré por el principio. Recuerdo a mi madre explicar muchas veces que lo que había entre mi padre y ella era pasión. Se les debió acabar pronto, porque yo lo único que relaciono con la pasión, hablando de ellos, son las marcas de los golpes que se propinaban el uno al otro, y que les hacía ir por el mundo como un Ecce Homo.

Por eso siempre desconfié de esa palabra y me prometí a mí misma que no me dejaría llevar nunca por ella. Y lo hice muy bien. Me blindé de tal manera que nadie se enteró de que ardía por dentro.

Era guapa, pero lo disimulaba bien. En la adolescencia llevaba jerseys varias tallas más grandes de lo que necesitaba, zapatos bajos y tejanos. Ese era mi uniforme. Así, cuando en verano alguno de mis amigos me veía en la playa me decía indefectiblemente: “Oye, pues estás bien!. Sorprendidos, lo decían.

Tuvieron que pasar muchos años y muchas cosas para que yo tomara conciencia de que la seducción es un juego liviano y placentero, un juego no necesariamente burdo ni artero, en el que puede haber mucha elegancia y ninguna mala intención, y que no sólo le hace sentir bien a uno mismo, al ser capaz de envolver al otro, sino que también sube la autoestima del seducido.

Yo sé lo que es el placer. Y la ternura. Y el compañerismo. Y el compromiso en la pareja…Pero la pasión me la perdí.

No quiero sobrevalorarla. Sé que puede ser mala consejera, que se puede vestir de egoísmo, de obsesión, que puede ahogar. Pero ese puntito de locura que tiene…

Ahora que los años pasan me doy cuenta de que fue una tontería protegerse tanto.

Lástima.

martes, 24 de marzo de 2009