martes, 20 de agosto de 2013

Lo que los muertos nos enseñan



















Hoy estuve en una casa muerta.  Una casa llena de despojos que son pálido reflejo de aquellos que un día allí vivieron.  
La que era el alma de aquel lugar murió de repente hace muchos años y quien se quedó allí, para entonces hacía tiempo que vivía en el purgatorio de los que han perdido la razón.  
Los locos ni viven ni están muertos.  Esa es la peor pesadilla que podemos imaginar:  La de existir en un cuerpo y una mente que ya no pertenecen al mundo de los cuerdos pero tampoco están en el limbo de los inocentes.  A ratos creen estar en el cielo y su vida se parece bastante a un infierno.
Cuando alguien así queda solo en una casa llena de duelo puede pasar que suelte todos los pájaros de su cabeza dentro de casa, que decida sacar de quicio a la puerta y la sustituya por la bañera, que propios y extraños esquilmen lo que haya quedado derecho en el desbarajuste y, finalmente, tal persona muera fuera de allí, ya que no podía vivir dentro.

La tristeza cubre todos los muebles, el suelo y los descabalados objetos que quedan con un polvo de años que deja los dedos negros.  Sólo quieres salir de allí, lavarte y que se vaya la pena por el sumidero.
Entonces te preguntas:  ¿Para qué? Si todo acaba en ese aire que no te atreves a respirar, en esa mezcla de tristeza y sentimiento de intromisión en la pena más honda y muda ¿Para qué dejar rastro?  ¿Qué lección nos dejan esos que acabaron la carrera antes que nosotros?  ¿Qué sentido tiene todo?
Sin embargo, yo he aprendido a amar a esos seres que he nombrado porque otros me han hablado de ellos con amor.  El cariño que demostraron a los demás los redime del olvido y con ello de la muerte última.  

En esos pensamientos he estado todo el día cuando he decidido ver, de una vez, "La Revuelta Permanente" de Lluís Llach. Y a vueltas con la muerte.  Yo recuerdo toda esa época, era uno o dos años menor que alguno de los chicos que murieron el 3 de marzo de 1976 en Vitoria Gasteiz.  
Ver la sucesión de los hechos, la razón por la que estaban luchando aquellos obreros, su arrojo y cómo acabó todo me hace pensar de nuevo:  ¿Para qué?

Esta vez sí.  Esta vez veo claro desde el primer momento.  Aquellos miles de personas que se refugiaron en la iglesia de San Francisco aquel día soleado y frío de final del invierno sabían lo que querían.  Luchaban por establecer algunos de los derechos que los empresarios y los actuales dirigentes políticos del mundo occidental están, treinta y siete años más tarde, desmantelando.  
Entonces venían del oscurantismo de una dictadura fascista que había durado 40 años.  De una guerra y una posguerra atroces.  Muchos sindicalistas, que no tenían más remedio que hacer proselitismo a escondidas, terminaban en la cárcel y los adolescentes, que habían escuchado de boca de sus padres, a media voz, lo que pasaba, salían a la calle a apoyar con su presencia las protestas.

Aquello acabó muy mal.  Hubieron muchos heridos y cinco muertos.  Llach cuenta en el documental que quiso denunciar con toda la rabia de que era capaz y maldecir con la misma rabia.  
Aquellos chicos fueron asesinados a bocajarro a la salida de una iglesia  que previamente había sido gaseada desde el exterior, y otros más fueron abatidos a la mañana siguiente.  de ahí salió "Campanades a morts", una canción sobrecogedora que no deja que se apague la memoria de quienes murieron y que no olvidemos a quienes fueron sus asesinos.

En España estamos entre la desesperación y el marasmo.  No venimos de una guerra, sino de un espejismo.  Creímos que éramos primer mundo, que éramos ricos, y es que habíamos leído demasiado el Hola.  Estuvimos confiados por encima de nuestras posibilidades.  Pero las hienas seguían ahí.

Así que hoy reaprendí dos cosas:  
Que cuando morimos nuestras cosas dejan de estar protegidas por nosotros y se convierten en estorbo, motivo de tristeza o botín, de manera que hemos de tener cuidado de no acumular aquello que no te puedes llevar al otro mundo.
Y que, aquellos que murieron por el bien común nos advierten que no nos durmamos. Que no tenemos por qué aguantar sin revolvernos.  Que estamos peor que entonces y ya no vale pensar en cuánto nos cundía el sueldo cuando, ahora, no hay sueldo ni esperanza.

2 comentarios:

  1. Maribel como bien dices no hay esperanzas esa palabra tan utilizada por los usas, los que están arriba tienen todas las armas para manejar a su antojo el cotarro, a los politicuchos y a la mayoría de la gente de bien que está aborregada para consumar su gran ambición, saben mucho del egoísmo y el miedo humano mucho por eso es fácil manejarnos, el día que perdamos el miedo y dejemos el egoísmo, esos de arribas se iban a cagar, pero eso si tenemos que ser todos consciente de eso con unos pocos no basta, besetes.

    Firma el que no sabe firmar

    ResponderEliminar
  2. Querido P.
    Creo que la historia vuelve a repetirse porque bajamos la guardia. Y eso es uninsulto para aquellos que estuvieron presos o murieron por defender sus derechos y los nuestros. Asumo mi parte de culpa. Un abrazo, guapo

    ResponderEliminar