Lo intenté. De verdad que lo intenté. Pero no lo conseguí.
Menos mal.
Sé que, por el camino, junto a mi insatisfacción, junto a mis intentos fallidos de abnegación, he dejado un rastro de amargura. Quien no es feliz no consigue hacer felices a los demás. Puede cumplir mejor o peor con su deber, someterse a La Norma, sea ésta cual sea, resignarse, conformarse, utilizar el eufemismo de la palabra aceptación, que parece tener un barniz de voluntad propia, no tan pasiva como los verbos utilizados antes.... En vano.
Me desaté y salí corriendo hacia mi destino.
Habían sido tantos años de ligazón, las raíces eran tales, que el desgarro y las heridas han sido inevitables y sangrantes. No ha sido un corte quirúrgico, sino traumático y lleno de jirones. Algunas personas formaban parte de mi vida de una forma tan profunda que en realidad eran mi vida, así que el dolor ha sido grande.
Pero justo a esas personas he querido darles la última lección. A mis hijas les quise enseñar siempre a no dejarse vencer por la desidia, a buscar soluciones, a no conformarse. En la práctica lo cumplí casi siempre. Pero, por amor a ellas (aunque les fastidia oírlo) me sometí, muy a regañadientes, a una vida que no me gustaba nada.
Ninguna se lo ha tomado bien. Estoy segura de que cada una de ellas lo ha hecho por motivos diferentes.
Quizá alguna por tranquilizar a los que tiene alrededor y querer demostrar que ella no va a hacer algo así nunca, aunque se parece a mí más de lo que quiere reconocer.
Por la estrechez de miras, alguna otra, que une a sus fuertes convicciones la vehemencia de los jóvenes, que siempre creen que todo es blanco o negro hasta que la vida empieza a dar zarpazos.
Y, finalmente, y lo que más me duele, es que alguna se siente abandonada. Pero, paradójicamente, no deja que me acerque.
Todas se dejarían matar antes que reconocer cada una de estas cosas. Que no he sido la madre perfecta lo sé, quisiera que me enseñaran alguna, si la encuentran. Pero la vida no es una historia de buenos y malos.
El tiempo nos pone a cada uno en nuestro lugar. Todas ellas, a medida que vayan viviendo y viendo, se darán cuenta de que he escogido la mejor opción. Para mí y para todos.
Y ahora, mientras espero que eso ocurra, vivo mi vida, escogida por mí, por primera vez, a la edad en que otros ya se han asentado y hace tiempo que dejaron de esperar algo nuevo.
Vivo. Estoy viva. Mi cuerpo está despierto, mi mente está alerta, mi corazón está lleno de amor, mi alma conforme con mis decisiones.
Vivo el presente, cada momento con intensidad. Ya no estoy siempre ausente, en el pasado o en el futuro, para evadirme. No leo para vivir otras vidas, no cambio los muebles de sitio por no cambiar mis circunstancias.
Y no estoy ni me siento sola. Por primera vez en mi vida. Porque por primera vez en la vida sé qué es el amor.