F. entró en este mundo con mal pie.
Su primer viaje fue en taxi, porque en un taxi nació. Una comadrona cansada después de un largo día de trabajo le administró a la Señora Madre, la que lo había de parir, algo para que aligerase, y no dio tiempo a llegar a la pequeña clínica donde debiera haber nacido.
Algo en ese rato dañó su cerebro lo suficiente para que no entrase en el grupo de los llamados normales -sean éstos lo que sean- pero no lo bastante como para hacerlo un infeliz, justo aquellos que suelen ser los más felices, porque no se enteran. Él tenía un problema, pero lo peor es que lo sabía. Era consciente de ello. Y eso sí lo hacía desgraciado.
No. No era eso lo peor. Conozco a otros como él. Si han dado con padres o tutores que quieran su bien les han educado para ser (en lo posible) autónomos, responsables, con buena autoestima y capaces de amar. Pero ese no fue su caso.
Fue sobreprotegido y mal educado. Y la Gran Castradora hizo de él su complemento. Lo apartó de los demás para que creyese que ella, y sólo ella, lo quería. Después, como a la señora le iba la marcha, reprodujo en su relación el patrón que había seguido con el padre de él, y así podía repetir su frase preferida en aquellos años: "Es como un marido malo". Malo según ella, claro.
F. nunca vivió en pareja, sino con la madre que lo parió y lo moldeó a su capricho.
Así, su vida fue cada vez más triste. Posiblemente eso es lo que hizo que se suicidara lentamente. A fuerza de comida y tabaco.
Lento pero seguro.
La Doña pasó a hacerlo aún más dependiente a medida que su salud se iba deteriorando, y lo convirtió en un gigantesco y algo ridículo bebé. De esa manera pasó ella a jugar a las casitas con lo que quedaba de la persona que había intentado años atrás resistirse a su telaraña de araña viuda para al final claudicar.
Por eso F. terminó dimitiendo de la vida.
Su madre hizo que pusieran en sus manos, en el féretro, un muñeco de peluche. No le dejó ser hombre ni en el momento solemne de la muerte, a pesar de que dispuso que lo vistiesen con su traje de americana a rayas.
Ella que, conociéndola, debía tener la ropa cuidadosamente escogida y preparada desde hace tiempo, apareció en el funeral con un moño estudiado y sus mejores galas: Negras, pero de estilo ibicenco, y con un chalequito blanco que ella misma había llenado de abalorios. Arreglá pero informal. Era su momento de gloria, aquel por el que había hecho todos los esfuerzos que se supone deben hacer las madres.
F. era mi hermano.
Murió el pasado día 23 de julio a los 45 años, de cáncer de pulmón y de desesperanza.
Ahora sí descansa en paz.