En mi pueblo sin pretensión Tengo mala reputación, Haga lo que haga es igual Todo lo consideran mal, Yo no pienso pues hacer ningún daño Queriendo vivir fuera del rebaño; No, a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe No, a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Todos todos me miran mal Salvo los ciegos es natural.
Cuando la fiesta nacional Yo me quedo en la cama igual, Que la música militar Nunca me pudo levantar. En el mundo pues no hay mayor pecado Que el de no seguir al abanderado Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Todos me muestran con el dedo Salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón Y a la zaga va un ricachón Zancadilla doy al señor Y he aplastado el perseguidor Eso sí que sí que será una lata Siempre tengo yo que meter la pata Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Y a la gente no gusta que Uno tenga su propia fe Tras de mí todos a correr Salvo los cojos, es de creer.
Ya sé con mucha precisión Como acabará la función No les falta más que el garrote Pa' matarme como un coyote A pesar de que no arme ningún lío Con que no va a Roma el camino mío Que a le gente no gusta que Uno tenga su propia fe Que a le gente no gusta que Uno tenga su propia fe Tras de mí todos a ladrar Salvo los mudos es de pensar.
Nuestras mayores virtudes suelen ser nuestros peores defectos.
El prudente puede llegar a ser pusilánime. El valiente, temerario. El sincero, desconsiderado. El espontáneo, inconsciente. El asertivo, engreído. El afable, pesado. El sencillo, mediocre. El pillo, ladino. El voluntarioso, obcecado. El agudo, sarcástico. El sutil, rebuscado. El pícaro, soez. El relajado, gandul. El activo, desquiciado. El curioso, entrometido. El observador, fisgón. El cultivado, pedante. El servicial, servil.
Cuánta utilidad tienen y qué inútiles son a veces las palabras.
Quiero escribir aquí lo que pienso, lo que siento. Pero no puedo. Ahora no. Aún no. Ya no. No es el momento todavía y el momento ya pasó. Y las palabras, que me ayudaron a volar, me atan y me limitan. Porque no puedo gritar desde mi mundo todo mi amor, mi desamor, mi paradoja.
Por eso, durante mucho tiempo, como Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, se dedicó a tejer una cubierta, como una colcha que la envolviera, la protegiera de aquello que no le gustaba y le diera el calor que necesitaba para vivir. Lo que pasa es que, tanto tiempo estuvo tejiendo, que la colcha la escondió por completo.
Desde fuera parecía que hubiese caído en un letargo infructuoso. Había quedado totalmente cubierta, cerrada al mundo, aislada. Claro está que sus congéneres, más jovenes y que por tanto no habían vivido algo así, se preocupaban.
-Sal de ahí- le decían. Pero la larva no estaba por la labor.
Así, en la oscuridad de su escondite, y sin saberlo siquiera, algo empezó a cambiar en su interior. No se podía decir que fuese algo grande, sino un proceso lento y sordo, inconsciente y no se sabe si voluntario en su propio desconocimiento. Un cambio inexorable, terco y ciego a la propia conciencia, mudo porque no sabría dar razón.
Sin darse cuenta, aunque los demás algo intuyeran, dejó de ser una larva. Había pasado a ser una crisálida. Como nunca había pasado por eso, porque nunca se había atrevido a cumplir sus sueños, no sabía si ese sería el estado final de la metamorfosis. ¿Quedaría así por siempre? No era el estado ideal, está claro. Así ni cumplía como larva que había sido ni servía para otra cosa. Esa es la palabra. Así no servía. Pero no sabía, ni podía, dar marcha atrás.
No se sabe cuánto tiempo estuvo así. Pero un día, un buen día, según ella, un mal día, según otros, se sintió llena de fuerza. Aunque no se crea, no se pudo resistir. La envoltura de textura sedosa que la había cubierto en un tiempo ya se había vuelto rígida, la ahogaba, le producía heridas por el roce continuo. No podía, ni quería, seguir así, allí.
Era algo previsible, pero inesperado. Simplemente un día empezó a hacer fuerza con unas alas que no sabía que tenía, La cubierta se quebró de golpe y echó a volar.
La metamorfosis había terminado.
Naturalmente fue algo mal visto en su entorno. Unos decían que estaba loca, otros que era una egoista, todos que no la entendían.
En fin, ya se sabe.
Ahora la mariposa depliega sus alas, sobrevuela el antiguo capullo, se aventura un poco más allá, vuelve para oir las voces de aquellos que aún no se han hecho a la idea, y vuela más alto, más lejos.
No sabe aún su potencial. No sabe cuánto puede subir ni cuán rápido puede ir, pero extiende sus alas y disfruta el momento.
La noche del 30 de abril fue una noche para recordar. Fue la noche de las miradas.
Estuve en la sala Luz de Gas, en Barcelona, en un concierto de Labuat.
Virginia Maestro, la personita a la que quería oir en directo, tiene unos ojos espectaculares, aún a cierta distancia. Pero había otras miradas que yo quería encontrar.
Esa noche reconocí, en personas a las que no conocía aún en persona, miradas de muchos tipos:
Miradas observadoras (que no críticas), miradas de reconocimiento, de cariño, de alegría y ternura ante la felicidad del otro, alguna mirada asustada, alguna mirada triste en una cara preciosa, miradas de niño en un hombre hecho y derecho, padre de familia, miradas de entendimiento ante una mala noticia, porque no hacía falta decir más... y miradas de amor.
No está mal para una noche. Buena cosecha.
Estimada Suzz... Miricha, querida niña... mi querida Corde: Estas palabras han sido escritas pensando en mucha gente, pero van dedicadas especialmente a vosotras, que os pasáis por aquí y a quien pude mirar a los ojos esa noche. ¡Qué pena no haber encontrado a otros y otras que por aquí aparecen! Lástima.
Mirar es el preludio del amor, sea éste del tipo que sea. Pero que nunca se quede en eso nada más. Durante muchísimos años yo fui una persona que no se dejaba tocar. Sólo miraba y permitía ser mirada a los ojos. Más o menos conscientemente me escondía bajo la apariencia de mujer dura y autosuficiente (cuando me sentía como una niña vulnerable, en realidad), me escondía bajo kilos de más, me escondía de mil maneras. Los años y las ganas de vivir me fueron ir dejando corazas por el camino. A veces por medio de la autocrítica y la autoobservación, otras veces por los comentarios de amigos de verdad, en otras ocasiones por medio de ayuda profesional, a la que acudí cuando necesité un poco de guía para adentrarme en mi propio alma.
Todo porque no quería acabar como la protagonista femenina de esta canción de Serrat:
No me gustan las etiquetas, no me gustan los corsés, no me gusta que me cataloguen.
Quiero querer, para después poder. Quiero olvidarme de mí, para encontrarme, y reconocerme, y aceptarme, y así estar en paz conmigo y con mi mundo.
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fotografía tomada de
http://inteligenciaetica.com/2011/04/el-musico-del-metro/
*Llegó el final, cesó el clamorla magia se desvaneciótus ojos si...
Después de tanta ausencia
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QUIQUE.....
lLlévame a ver salir el sol
desde todos los portales de la luna
llévame al puerto y al malecón
cuando el cielo se nos llene de gaviotas
Alumbr...