sábado, 31 de octubre de 2009

Olor a naftalina


Microrelato (Ana María Shua)

Del salón en el ángulo oscuro, por su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, releyendo las rimas de Bécquer, una tía lejana.







Hace 25 años viví durante un año en un pueblo de costa de los considerados "aristocráticos" dentro del universo turístico.
Un día paseando con alguien que había nacido allí, vi pasar a un hombre en una silla de ruedas de las que llevan motor acompañado por una mujer. Ambos debían rondar los cincuentaitantos años.
Entonces me contaron la historia que había escandalizado al pueblo tiempo atrás.

Él era el zapatero remendón del pueblo. Su oficio era el típico de muchos afectados por la polio en aquellos tiempos. Había llegado a Cataluña desde Andalucía hacía años. Yo recuerdo haberlo visto trabajar, siempre cantando coplas. Era muy alegre. Todo un personaje.

Ella era de lo que se suele llamar "de buena familia". La típica hermana soltera que vive sola, de aquellas que viven por y para los sobrinos, en sustitución de los hijos que nunca tuvieron.

Supongo que la historia fue así: Ella llevaría sus zapatos a arreglar al remendón cantarín, y entre tapas y medias suelas fueron simpatizando. Seguramente ella reía con las ocurrencias de él como no lo había hecho antes y pasó lo que tenía que pasar: Se puso el mundo por montera y se casó con él.

El sobrino nunca se lo perdonó y la gente del pueblo, a juzgar por el tonillo con el que me lo explicaron, tampoco.
Recuerdo que pensé que debían ser muy valientes para andar por la calle sabiéndose en el punto de mira de todo el mundo.

Me dijeron, también, que este sobrino, años antes, había enviado a Joan Manel Serrat un poema dedicado a su tía que éste utilizó para crear su canción La Tieta. El sobrino estaba doblemente enfadado. Con Serrat porque, según él, no le había reconocido la autoría de la idea de la canción, y con su tía, que hacía peligrar su herencia.
Olor a naftalina.

La tieta (J. M. Serrat)
La despertará el viento de un golpe en los postigos. Es tan larga y ancha la cama... Y están frías las sábanas. Con los ojos medio cerrados buscará otra mano sin encontrar ninguna, como ayer, como mañana. Su soledad es el amante fiel que conoce su cuerpo pliegue a pliegue, palmo a palmo... Escuchará el maullido de un gato castrado y viejo que en sus rodillas duerme las largas noches de invierno. Hay un misal dormido encima de la mesilla de noche y un vaso de agua medio vacío cuando se levanta «la tieta». Un espejo resquebrajado le dirá: «Te haces mayor. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ¡Cómo han volado los años! ¡Cómo se han perdido por las calles los sueños de juventud! ¡Cómo se arruga la piel, cómo se hunden los ojos!...» La portera, a su paso, dibujará una sonrisa: es el orgullo de quien tiene alguien que le caliente la cama. Cada día lo mismo: coger el autobús para trabajar en el despacho de un abogado gandul con quien en otro tiempo ella se hacía la estrecha. De eso hace tanto tiempo... Ni lo recuerda «la tieta». La que siempre tiene un plato cuando llega Navidad. La que no quiere nadie si un buen día cae enferma. La que no tiene más hijos que los hijos de sus hermanos. La que dice: «Todo va bien». La que dice: «¡Qué más da!» Y el Domingo de Ramos le comprará a su ahijado un palmón largo y blanco y un par de calcetines y en la iglesia los dos harán lo que hace el cura y alabarán a Jesús que entra en Jerusalén... Le dará veinte duritos para abrir una libreta: hay que ahorrar el dinero, como siempre hizo «la tieta». Y un día se ha de morir, más o menos como todos. Se la llevará una gripe al agujero profundo. Entonces ya habrá pagado el nicho y el ataúd, los salmos de los sacerdotes, las misas de difuntos y las flores que acompañarán su entierro; son cosas que a menudo las olvida la gente, y son tan bonitas las flores con crespones negros colgando y detrás unos amigos, descubiertos hace un instante y una esquela que dice... «Ha muerto la señorita... ...descanse en paz. AMÉN»... Y olvidaremos a «la tieta».

sábado, 24 de octubre de 2009

Miedo rancio




"Abraza tu miedo"
Elena Ospina










Ella tenía miedo.
Miedo ancestral, miedo heredado, miedo aprendido, miedo inculcado, miedo interiorizado.


Tenía miedo desde pequeña.
A que no la quisieran como era, a no cumplir las expectativas de los demás aunque estas expectativas no tuviesen nada que ver con su propio bien, sino con los intereses de los otros.
Durante muchos años tuvo miedo a volverse loca, después a soltarse de las amarras que la ataban, tuvo miedo a volar -por eso su imaginación era tan grande y a menudo parecía estar en otro lugar-, tuvo miedo a ser La Culpable. De lo que fuese, es igual.

Tuvo miedo a las miradas envidiosas de otras mujeres. Por eso escondió su cuerpo, sacó sólo su lado maternal para la ternura, no se permitió el juego inocente de la seducción, ni siquiera a distancia.

Tuvo miedo,en fin, a ponerse a prueba. Y ese miedo fue el más duradero. De los demás se fue liberando con los años, pero de ese...
El miedo a fracasar la bloqueaba, el perfeccionismo la inutilizaba.

Cuando era pequeña, a los seis o siete años, comenzaba una y otra vez pequeñas labores de bordado que nunca terminaba porque enseguida veía que no iban a quedar igual que el modelo. Hoy, si ella misma tuviese delante a esa niña que fue , la animaría a probar con cosas más sencillas, para que fuese cogiendo confianza en sí misma. La convencería de lo bueno que era que tuviese interés por hacer cosas bonitas, compararía las pequeñas manos de la niña con las suyas de persona mayor para convencerla de que esas manitas poco a poco serían más grandes y más diestras y la animaría, sin colgarle el sambenito de persona que nunca termina lo que empieza que llevó desde siempre.

Porque ella, ahora, sabe que no es así. Que ha hecho bien muchas cosas en su vida. No es perfecta, se ha equivocado muchas veces, ha tenido que ir contracorriente, ha hecho muchas cosas sólo para demostrar algo a los demás, con lo tonto que es eso. Ha reaccionado más que accionado, demostrando así a menudo que le importaba todavía demasiado lo que los demás pensasen.
Y encima ha sufrido porque se daba perfecta cuenta de todo ello.

Ahora tiene un reto. Una deuda consigo misma. En realidad es un reto que la ha acompañado desde que era adolescente y no se lo permitieron hacer.
Ahora, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, quiere, por fin, estudiar una carrera.

Y tiene miedo. Aún. Sólo mientras escucha esta canción:

Pero ella no se va a quedar ahí.
Se repetirá a sí misma, una y otra vez, como hace desde hace años,
hasta que lo lleve escrito en la sangre, esto: