
Muchacho con pipa (1905-1906). Pablo Picasso
Esto* no me conviene.
Me hace daño. Me siento mal.
Cada mañana me digo: Hoy no va a poder conmigo. Lo voy a poner en su sitio. Conmigo no va a poder. De hoy no pasa.
Pero luego, ya en su presencia, me siento desarmada.
¿Por qué lo consiento? ¿Por qué me dejo llevar a su terreno?
Y sé que la razón, la poco razonable razón, es que, a pesar del daño que me hace, siento que lo necesito. De eso se vale. Me he acostumbrado a su presencia, forma parte de la única vida que conozco.
Deseo dejarlo atrás, pero la angustia de pensar en su pérdida me puede. ¿Podría superarlo sin morir de la ansiedad?.
No. Esto* no me conviene.
Me hace daño. Me siento mal.
*Instrucciones de uso:
Cambiar la palabra “esto” por aquello que represente un problema para uno mismo.
Puede ser cualquier cosa. La más normal, la más inofensiva.
El café, las aspirinas, Internet, la ropa de marca, el sexo, los juegos de azar, el pitillito, el azúcar, un pariente, un sentimiento, un amigo, un pensamiento, un amor, una copa…
Un hábito cualquiera.
Cosas que no son malas en sí mismas. Depende del uso o abuso que hagamos de ellas.
O ellas de nosotros.