domingo, 25 de marzo de 2012

Esto es un batiburrillo-spoiler.



De Wikipedia:
"De acuerdo con la tradición religiosa judeocristiana, el alma (heb. נמהש, néfeschgr. ψυχή, psykhḗ) es la principal cualidad identificatoria del movimiento en la materia viviente, haciendo de ella un no-moviente (inerte) a un moviente, independiente del desplazamiento ajeno.


No sé si voy a publicar esto pero lo escribo.

Parece muy cenizo eso de escribir sobre la muerte, pero acabo de ver EVA, la película De Kike Maíllo.  "La película de ciencia ficción para aquellos a los que no les gustan las películas de ciencia ficción", tal como la anuncian.  Si aún no la has visto y quieres hacerlo no sigas leyendo.

Es una película donde la verdad juega al escondite:  Robots cuyo cuerpo es el recipiente de un alma creada por un individuo que conforma y al mismo tiempo analiza su creación...  Constantes referencias tácitas a la paternidad de un ser ambiguo, que juega con cierta perversidad infantil o infantil perversidad, según se mire...  Hermanos que se dan abrazos por no darse de hostias, hasta que se dan de hostias...  Historias de amor larvadas, coches eléctricos con la estética de los utilitarios sin presunción de mediados del siglo pasado, personajes vestidos como en la Alemania de esos años, bebiendo café en tazas de la época cuando se supone que estamos a mitad del siglo XXI...   Un mayordomo perfecto del que no dejas de pensar, como es natural,  si no será el malo o un esbirro del que tú crees que será el malo...
Se ve como peligrosa una emotividad no adecuada al medio, y no se está programado para el libre albedrío, que podría traer demasiados desordenes...  Y todo esto en un medio a escala humana, donde el frío no viene de espacios diseñados por Santiago Calatrava, sino por el hecho de que es invierno y nieva.  Todo ello en un entorno en el que no se ven móviles, pero la gente fuma.  Y mucho.

Al final no hay buenos y malos.  Toda conducta humana tiene una razón de ser y un por qué, y hay que tomar decisiones difíciles.  Como en la vida misma.

He dicho que iba a escribir sobre la muerte.  Es consustancial a la vida.  Unos piensan que unos dedos omnipotentes, con más o menos simpatía o empatía hacia nosotros, enmarañan y desenmarañan la madeja de nuestra vida y deciden en qué momento cortar el cabo.  Se habla del Hado, del destino, de la predestinación.  Se ve como algo accidental, cuando sólo hay algo seguro en esta vida:  Vamos a morir.

El ser más brillante de esta historia ha de morir.  Lo sabe, no hay solución.  Llora, quizá, porque no sabe lo que pasa después, le cuesta desasirse de aquel a quien quiere, pero sabe que es inminente.  Cuando nos paramos a pensar en la muerte como un paso natural, llegada a su hora -es decir, sin violencia de ningún tipo, sin autolisis ni encarnizamiento terapéutico, y sin dolor físico ni moral- en esos casos, se vive un estado de paz que afecta a quien se va y a quienes le acompañan para despedirle.

Ése quiero que sea mi caso y si no, simplemente me evadiré y me iré muriendo como buenamente pueda y a mi aire.  Pero mi momento no me lo quita nadie.  Porque no se muere una cada semana ni cada mes.  Ni siquiera cada año.  Y no escribo esto porque esté triste ni desanimada.  Tampoco deseo que el momento llegue pronto.  Tengo un compromiso por varias décadas con una persona encantadora que me ha liado para muchos años. Pero va a llegar, la muerte, y quiero que no sea traumático para mí ni para quien esté a mi lado.

Por cierto:  ¿Qué ves cuando cierras los ojos?